miércoles, octubre 19, 2005

café

Luz.  El sonido ascendente del despertador, lo busca entre los pliegues de la sábana y lo apaga.  Pie derecho en el piso.  Tropieza con el cerro de periódicos y otros papeles que una vez leídos vuelan hacia el piso, extraña costumbre cuyo origen desconoce.  Se recupera, da dos pasos, se estira.

Nada aún.

Toma la cafetera italiana, la limpia, la lava, seca la parte inferior, prende la cocina, llave roja, agua en el recipiente, inserta el filtro, subjetiva medida de café dentro del filtro, seca el filtro superior, ambas partes –contenedor y recipiente- se unen, se cierra a presión y la ubica sobre el tibio plato de la cocina eléctrica.

Nada sucede.

Se afeita, abre la llave de la ducha, mira un rato, se desviste, subjetivo cálculo de la temperatura del líquido que cae, ingresa, cierra la cortina, se moja…y sucede.

Mientras se masajea el pelo, el mar golpea su cabeza, y la espuma blanca corre por su cuerpo.  Todo es azul, todo es claro, y el mar lo acaricia y se devuelve.  Esa calma cada vez se torna más muerte, y el mar comienza a cubrirlo todo, ya no hay sonidos…solo placer.

Cada vez se hunde más, pero no le importa.  Comienza a desaparecer…olor a café.

Abre los ojos, cierra la llave, toma la toalla, se cubre, abre la cortina, se seca rápidamente, los pies en las sandalias, la cocina, retira la cafetera del plato, apaga la cocina mientras sirve el café.  Se termina de secar…hace calor, así que con el boxer basta…

Toma la taza y bebe café.

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